martes, 14 de junio de 2011

¿Dónde me siento?

Los días martes en la mañana, me despierto a las 5:30 para estar a las 7:30 en la estación de metro Escuela Militar.  Corro para alcanzar el bus de acercamiento que me deja en la universidad. Corro, no como, no tomo té ni café para terminar de despertar, simplemente recurro al discurso de la rapidez. ¿Por qué tanta prisa? Si no me voy en bus de acercamiento, debo tomar la C02 y ese micro es la peor catástrofe… Llegas al paradero, repleto de gente que mueve sus extremidades ansiosamente, mueven sus pies esperando impacientemente dicha micro. Ni si quiera están nerviosos porque llegarán tarde a sus trabajos, institutos o lo que sea, sino que las ansias se los comen por otra cosa: agarrar un asiento. Exacto, así mismo, “agarrar”. “¡Empuja nomás, guárdame un asiento!” es la frase más vitoreada al momento de frenar la micro y abrir sus puertas. Es increíble como hombres empujan a mujeres, incluso a codazos para poder sentarse, hasta que, casi con violencia se lanzan sobre el primer lugar desocupado que divisan. Creo que ésta es la situación más posmoderna que vivo a diario –bueno, casi-. Hombres y mujeres, golpeándose entre sí para lograr asentar su cuerpo en un trozo de plástico.  No hay respeto por el otro, se sube una mujer embarazada y todos los sentados se ponen gafas oscuras, comienzan a roncar de la nada o miran al suelo. En el metro, en las micros, en la calle, en la farmacia, en el consultorio, bajo el umbral de la puerta de un restaurante… “Siempre debo ir yo primero”. La igualdad se vuelve insoportable. ¿Qué egoísta, no? Ni si quiera hay una moda que prevalezca. Todo está de moda, todos los estilos musicales, todos los modos de vestir. Nirvana y Lady Gaga están de moda, las pieles y los flecos están de moda, el reggaetón y el metal están de moda

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