MARTES
Por supuesto que fue otro día y mucho más intenso. No hubo tiempo para mis dudas existenciales, y lo que es peor: no hubo tiempo para comer. Llegué a las diez de la noche a casa, con enormes ganas de comer pan con queso derretido. Cruzo la puerta, llego hasta la cocina, abro el refrigerador y... no hay queso! "Maldita sea, estoy muerta de hambre y lo único que quiero es sentir el asqueroso queso procesado en mi boca, ese maldito sabor proveniente de la vaca e intervenido por el hombre... queso, quiero queso, pero no hay queso. Pan con alguna otra cosa no sería tan malo, no sería queso, pero al menos que se me quite el hambre, digo yo." Entonces, me acerco a la bolsa del pan que, afortunadamente, se encuentra... ¡vacía!
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qué rabia...me frustro aún más cuando recuerdo que al buscar Coca Cola no encontré. Amo esa bebida, bendito el desgraciado que la inventó. Es dañina, lo sé, no quita la sed, también lo sé, pero ¿y? Creó a Santa Claus, y ese sentimiento no me deja sentir chilena, lo que es muy bueno.
"Coca Cola, tengo sed. Queso tengo hambre. "
Parecía loca repitiendo estas frases, gracias a Dios apareció mi familia ofreciéndome manzanas. Jugosas y deliciosas, ñam, ñam. Y mientras siento la suavidad de esta manzana y me maravillo con su color, descubro que realmente no hay nada como los regalos de la naturaleza. ¿Bebidas gaseosas y queso grasiento? No gracias, yo me quedo con mis manzanas.